XIV
Una ciudad de incienso
engastaba en sus cúpulas
el joyel de tu aroma.
Apenas hubo calle
que no reconociese
la esquina perfumada
donde te aparecías.
Y yo seguí tus huellas
entre los heliotropos,
junto a los surtidores
que hilvanaban las cimbras
del alcázar florido.
Y logré percibirte
cuando la primavera
acunó tu fragancia
en regazos de pétalos.
Una ciudad candente
incensaba los aires
con que te trascendía.
(de LOS CIELOS TARDÍOS, 2009)
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