jueves, 25 de septiembre de 2014


















                        EUCALIPTO

 
Me quedaba mirando el eucalipto
tatuado de herrumbrosos corazones
que aleteaban aún bajo sus ramas.
Dormía el viejo árbol
acunado entre ingrávidas promesas
allende las ternuras,
sintiéndose en la noche sorprendido
por los brillos cortantes de otras hojas
que, incrustándole nombres en su tronco,
albergaban espectros
de manos turbadoras. 

Me quedaba mirándote, eucalipto,
señor de los Jardines,
queriendo devolver a tu contorno
ceniciento su antigua lozanía.
Entonces, yo ignoraba
que ni el tiempo restaña de la carne
la herida de unos nombres.


                                                          (de JARDINES DE MURILLO, 1989)

1 comentario:

  1. Es verdad, María, qué coincidencia hoy convertir nuestros textos en diálogos abiertos con los árboles. Tal vez porque nos gusta su silencio, su estar callado, su permanencia escuchando las voces de quien pasa cerca. Como siempre, tu poema me deja una gran sensación de proximidad. Abrazos.

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