VERANO, POR FIJAR ALGÚN EXTREMO,
no parecía entonces el abismo
de la luz invasora.
Simplemente era fasto de unas llamas
que orlaban los geranios carmesíes,
la higuera vespertina
y el lento deambular de las palabras.
Aunque ya el corazón es otro, debe
su calidez frondosa
a aquella soledad amarillenta
del fruto recogido,
a las horas tempranas
en donde un rayo hilaba profecías
sobre aciertos y errores.
Verano, dicho de distinta forma,
rehacía a su imagen y esperanza
el corazón que nunca, desgranado,
pudo encenderse solo.
(de MÍNIMO SOL DE INVIERNO, 2006)
Lienzo de Jesús Fernández
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