MIL Y UNA TARDES
Temía estar de vuelta
de todos los paisajes,
contemplar el farol ennegrecido
y detener un sueño a su llegada.
Contuvo la memoria.
Amó mil y una tardes solamente,
palpando corazones
que nunca fueron lejos,
más allá del tañido cauteloso.
Lamentaba crecer
rompiendo moldes,
porque a su alrededor nada cambiaba
salvo la transparencia
de un crepúsculo inútil,
como signo
que pretendía henchir aquel destierro.
Alzó lo abandonado.
Quiso llorar a secas
tratando de coser sus vestiduras,
porque mil y una tardes,
antes de regresar, vivió su muerte.
(de VOZ MEDIANTE, 2006)
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