Y LA TARDE ERA ÉL
Salías a su encuentro aquella
tarde
profundamente gris,
con los ojos cegados
por la luz interior que te
mentía.
Alargabas el paso, no sus ecos,
acostumbrada a ser una invisible
ternura sin destino,
doliente oscuridad sobre el
albero.
Y la tarde era él.
Se apareció en la lluvia,
mientras no terminabas de
creerte
su mirada de ámbar
apresando tu enésimo delirio.
La tarde estaba en él, y en él
se iba.
Alargaste la muerte, no su
vuelo,
con los ojos clavados
en el profundo gris que te
cercaba.
(de DANAIDE, 2012)
Lienzo de Raúl Tamarit
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