RASTRO, 1
Un farol alumbraba
el zaguán de paredes
encaladas y frías, cuando eran
las diez de cada noche y cada eterno
ritual entre novios clandestinos,
tras haberse cerrado los portones.
A pesar de aquel tiempo,
la vecindad vivía
velando, sin saber el día ni la hora,
para que no la hallasen
ajena a todo. Pero
la historia sucedía de modo diferente,
ejecutando suertes de esperanza
en las afueras grises,
inconfundible y nueva,
mientras aquel zaguán se revestía
de ojos que prestaban sus brillos al farol,
aunque nadie encontrara
la manera de amar sin esconderse.
(de DOS LENTAS SOLEDADES, 2002)
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