La luz del despertar abría surcos
en el quieto ramaje, nervadura
de colores tempranos.
Todo llegaba a tiempo, como la propia infancia
dehiscente, serena, cristalina.
Imposible es ahora ver de nuevo
el paseo amarillo;
asomarse a aquel pozo,
precursor de la alberca sombreada,
si antes no se cruzan los misterios
de quienes, en su búsqueda, llegaron
a morir suavemente
bajo la claridad de las palomas,
tras irse iluminando hacia la tierra.
(de DOS LENTAS SOLEDADES, 2002)
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