lunes, 7 de marzo de 2016





              EUCALIPTO


Me quedaba mirando el eucalipto
tatuado de herrumbrosos corazones
que aleteaban aún bajo sus ramas.
Dormía el viejo árbol
acunado entre ingrávidas promesas
allende las ternuras,
sintiéndose en la noche sorprendido
por los brillos cortantes de otras hojas
que, incrustándole nombres en su tronco,
albergaban espectros
de manos turbadoras. 

Me quedaba mirándote, eucalipto,
señor de los Jardines,
queriendo devolver a tu contorno
ceniciento su antigua lozanía.
Entonces, yo ignoraba
que ni el tiempo restaña de la carne
la herida de unos nombres.


                                                       (de JARDINES DE MURILLO, 1989)

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