LA GUARDIA
Era aquella garúa,
salpicando el rubor de las
hortensias,
lo que hizo que mi cuerpo
despertara
ávido de dulzuras. Lentamente
la mañana
supo de mí, rompióse
en mil espejos íntimos
para mirarme al fondo de sus
grises.
Entonces ya no era
claror, sino espesura,
griterío lluvioso
cayendo en los tejados.
Luego todo volvía a su
refugio:
la hortensia goteando,
la espadaña silente,
el vacío dejado por las
sombras…
Ávida de dulzuras,
pasaba la mañana por el
pueblo.
(de AQUÍ QUEMA LA NIEBLA, 1986)
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