AQUÍ
QUEMA LA NIEBLA
Aquí
quema la niebla. Se han teñido de alba
los
torcidos senderos, las ruinosas paredes
de
mi sueño. No tengo dónde abrir esa hora
para
que entren, lluviosas, las heridas del llanto.
Por
la carne sombría
descubren
sus afanes
las
estelas yacentes
del
corazón, ya vástago
de
un agua apenas himno.
Y
entonan su silencio
mis
estatuas, transidas
de
un fuego que atraviesa
los
ojos errabundos,
posados
en sus lumbres.
Aquí
quema el olvido. Se han cansado mis tenues
ansiedades.
La llama de ese sueño dormita.
Por
la muerte comienzan
a
enarbolarse huellas
de
antagónicos tiempos,
en
donde la mañana
descuidaba
sus luces
hasta
un gris mediodía
de
ansiedades. Y luego,
más
vasta que mi angustia,
se
adhería una noche
a
los poros del mundo,
para
cerrar el paso
de
fluviales heridas.
Aquí
se han deslucido tristísimas imágenes
de
lo que tanto erige la memoria. Mas sigo
convirtiendo
a mi verso la palabra, el otoño,
y
aquellas madrugadas ondeando en su viento.
¿Hay
algo más antiguo
que
el arrastrar las hojas
secas
del alma? Siempre
perdurarán
sus ecos.
Y
si quema la niebla, ¿por qué helarla con ampos
de
siluetas, de cuerpos que en sí mismos habitan?
Al
final, un reflejo de cualquier esperanza
vendrá
a sentirse solo, mientras la vida empieza.
(de AQUÍ QUEMA LA NIEBLA, 1986)
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