jueves, 10 de abril de 2014


      


        AQUÍ QUEMA LA NIEBLA

 
Aquí quema la niebla. Se han teñido de alba
los torcidos senderos, las ruinosas paredes
de mi sueño. No tengo dónde abrir esa hora
para que entren, lluviosas, las heridas del llanto. 

Por la carne sombría
descubren sus afanes
las estelas yacentes
del corazón, ya vástago
de un agua apenas himno.
Y entonan su silencio
mis estatuas, transidas
de un fuego que atraviesa
los ojos errabundos,
posados en sus lumbres. 

Aquí quema el olvido. Se han cansado mis tenues
ansiedades. La llama de ese sueño dormita. 

Por la muerte comienzan
a enarbolarse huellas
de antagónicos tiempos,
en donde la mañana
descuidaba sus luces
hasta un gris mediodía
de ansiedades. Y luego,
más vasta que mi angustia,
se adhería una noche
a los poros del mundo,
para cerrar el paso
de fluviales heridas. 

Aquí se han deslucido tristísimas imágenes
de lo que tanto erige la memoria. Mas sigo
convirtiendo a mi verso la palabra, el otoño,
y aquellas madrugadas ondeando en su viento. 

¿Hay algo más antiguo
que el arrastrar las hojas
secas del alma? Siempre
perdurarán sus ecos. 

Y si quema la niebla, ¿por qué helarla con ampos
de siluetas, de cuerpos que en sí mismos habitan?
Al final, un reflejo de cualquier esperanza
vendrá a sentirse solo, mientras la vida empieza.


                                                          (de AQUÍ QUEMA LA NIEBLA, 1986)

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