viernes, 31 de enero de 2014


                    

 
                                                         I I

                                          

Los augurios del bien desvanecían
su estela de infinito, cada paso
que el otoño bordaba por las calles,
cualquier gesto de huida silenciosa.

No hicieron falta más lamentaciones.

Volviste a las cenizas de un antiguo
hogar deshabitado, simplemente
encontraste tu cuerpo sobre ellas,
tal vez porque la tarde lo sostuvo
como un ara de mármol encendida.

Pero aquellos augurios sólo fueron
el cántico final de las bacantes,
el placer apagado y su castigo
bajo un cielo de púrpura tangible.

Quedabas libre para tu tristeza.

Entonces te cercaron los augurios
del mal, los mismos vientos impacientes
que alejaban la vida del camino.

No hicieron falta más lamentaciones.

Él ardía en tu templo, consagrado
entre dioses anónimos. Su lava
fue el regreso de todas las heridas,
la irrupción abisal de la amargura
desafiando tus senos, oro líquido
cuyas gotas sin fin extenuaban
hasta fundirte en ángel de tinieblas.

La huida silenciosa, los augurios,
las calles, las cenizas, el lamento,
un altar, un crepúsculo, tu vida.

Siempre la soledad. Ardías sola.


                       (de LANCE SONORO, 2007)

 Lienzo de Julie Mignard

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