domingo, 3 de noviembre de 2013


         


                     CUENCA
 

Después de haber ceñido con mis sombras
tus siluetas de vértices azules,
tus oros medievales, descendidos
a los chopos en alas de silencio,
ya no sé si te alumbro en un poema
o si oscurezco el aura de tu nombre. 

Cuenca te llaman ecos aromados
de leyendas que adentran sus murmullos
por el Júcar, fugaz humilladero
para quien quiso huir de los altivos
claroscuros que horadan el paisaje. 

(Furtivas luces pueblan
las torres. Transparentes
colinas a lo lejos
descubren sus entrañas
verdinegras. No hay hora
más mística que ésta:
cuando entona la brisa
salmodias por las hoces.) 

Cuenca te dicen todos los crepúsculos,
las calles, a tu paso destrenzadas,
los espejos que el tiempo recompone
para que, a solas, nítida, te mires,
para que no haya olvido que te nuble. 

Después de haber amado con mis versos
tus siluetas ingrávidas, tus yedras
reptando por las noches, tus esquinas
inesperadamente bulliciosas,
ya no sé si estás hecha desde siempre
o si te das a luz a cada instante.


                                                   (de LOS APARECIDOS, 1991)

Lienzo de Antonia Moraga Olivares

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