PASEO
CATALINA DE RIBERA
En
el brocal labrado
de
la fuente marmórea y en la efigie
de
doña Catalina de Ribera
había
soledad. Todo el paseo
era
un espejo para mí, presagio
de
tiempos inefables que vendrían
a
enmarcar, como a aquella dama triste
en
su portada dórica, mis ojos
y
mis días de niebla.
Eran
las hornacinas figuradas
vivo
color de lo marchito. El aire
yacía
sobre mí. Era mi cuerpo
un
turbión detenido,
con
la sangre estancada
igual
que el agua de la fuente. Luego
notaba
que mi rostro
se
iba desvaneciendo, que se abrían
grietas
por todas partes...
El
antiguo Paseo de los Lutos
era
un espejo para mí, presagio
de
tanta soledad como vendría
a
enmarcar, dama triste,
mis
ojos y mi niebla.
(de JARDINES DE MURILLO, 1989)
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