miércoles, 16 de enero de 2013


       
 
   
VII.

Alejados de todo lo que ardía
más allá de nosotros, descubrimos
la noche de Taormina, con los cuerpos
celestes y desnudos como astros.
No supimos del tiempo ni sus límites
porque aquella ciudad vaticinaba
toda consumación, ninguna fecha
para volver al mundo de partida.
Tampoco la intemperie pudo hallarnos
recorriendo lugares encendidos
entre las sombras del teatro griego,
investidos de todo lo que alzaba
su flamante ebriedad hacia los ojos.
No quisimos saber de la ceniza
con que el tiempo cubría nuestros pasos
más allá de nosotros, del augurio
donde apenas un ascua permanece.
Ahora lo terrible sigue siendo
haber sobrevivido a tanto gozo.


                                         (de RETABLO DE CENIZAS, 2011)

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