VII.
Alejados de todo lo que ardía
más allá de nosotros,
descubrimos
la noche de Taormina, con los
cuerpos
celestes y desnudos como astros.
No supimos del tiempo ni sus
límites
porque aquella ciudad vaticinaba
toda consumación, ninguna fecha
para volver al mundo de partida.
Tampoco la intemperie pudo hallarnos
recorriendo lugares encendidos
entre las sombras del teatro
griego,
investidos de todo lo que alzaba
su flamante ebriedad hacia los
ojos.
No quisimos saber de la ceniza
con que el tiempo cubría
nuestros pasos
más allá de nosotros, del
augurio
donde apenas un ascua permanece.
Ahora lo terrible sigue siendo
haber sobrevivido a tanto gozo.
(de RETABLO DE CENIZAS, 2011)
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