Por cuestiones de diezmos,
aquel noble don Pedro de Mendoza
salió hasta tus afueras
descalzo, destocado y sin espada,
para pedir perdones.
También el Duero tiene
que humillarse ante ti, aunque discurra
camino de Gormaz.
La tarde se encarama por el Cinto
y seduce a la Plaza
Mayor con sus rosáceas armonías.
Por tantos seculares
designios –cerros, torres,
callejas y palacios-,
te rindes, Almazán, a tu belleza.
(de LOS APARECIDOS, 1991)
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