Tu
cuerpo vespertino se perdía
por
las callejas malvas, sin amparo,
renovando
sus últimas promesas
para
no regresar, para fugarse
entre
brumas hurtadas al olvido.
Sabías
que un epílogo velado
conservaba
las llaves de la dicha,
aquel
sigilo hondo e inconsciente
donde
se encarcelaron sus palabras.
Sólo
tu cuerpo abría su infinito
a
causa de una pírrica victoria
sobre
la libertad que le asediaba.
Y
sólo te empeñaste en ir muriendo
como
siempre, bebiéndote la tarde
por
sus callejas malvas, con el gozo
de
no rendir tu cuerpo desangrado.
(de LANCE SONORO, 2007)
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