Volaban joyas de azúcar
por el aire de Sevilla,
sobre manos anhelantes
de tan dulce pedrería.
Al paso de las carrozas,
el tiempo se convertía
en un gran lazo dorado
que al corazón envolvía.
Cuántas miradas profundas
despeñadas hacia arriba,
cuánto deseo palpable
de alcanzar la golosina.
Ayer y hoy, nuestros Reyes
imponen su cercanía
tocándonos desde el gozo,
otra forma de caricia,
prolongación de sus manos
cuando en lo inmenso se agitan
y llegan a convencernos
de que no tienen medida.
Saben que nos hacen falta
caramelos de alegría,
de cariño, de ternura,
de belleza y armonía,
que esperamos el regalo
mayor que se necesita
desde su mágica altura:
nuestra paz de cada día.
(del PREGÓN DE LA CABALGATA DE REYES MAGOS DEL ATENEO DE SEVILLA, 2002)
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