lunes, 3 de octubre de 2011


                                        TARDE  OTOÑAL

           El aire que raptaba los pétalos ya mustios de las rosas, el mismo que en mi piel se guarecía suavemente, dejaba que un misterio acrecentara el tiempo que tardaban las hojas en caer. Era aquel aire como otro silencio más de los ocres cercanos.
           Dónde huiría la noche, por qué se iría el sueño con el que paseaba junto a antiguas florestas, a la yedra que ataba su verdor a mi sombra. Sólo sé que los tibios limoneros, el frágil arrayán y los laureles crecían en el nombre de todo lo soñado.
           También unos plátanos de Indias, prematuros en buscar la tibieza vespertina, escondían el sol entre el rumor espeso de sus ramas. Tristeza en los arriates, languidez en las fuentes… Yo sentía que una mano invisible enlazaba mi mano, pero no era otra cosa que un pétalo caído sobre mi soledad.
           Y yo creía entonces, sentada en aquel banco de azulejos, que me raptaba el aire seductor y marchito del otoño.


           (De JARDINES DE MURILLO, nueva versión en prosa, 2011)

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